El dirigente minero Federico Escobar Zapata escribió este esbozo autobiográfico desde la cárcel de San Pedro de la ciudad de La Paz el año 1964 mientras se encontraba detenido en calidad de preso político.
Fue un consecuente dirigente obrero y militante comunista. Participó de la escisión del Partido Comunista de Bolivia (PCB) del año 1965, denunciando y rompiendo con la línea oportunista y revisionista. La ruptura dio origen al Partido Comunista marxista-leninista (PCml) de amplias bases mineras y clara orientación marxista-leninista, del cual asume el cargo de primer Secretario General.
Al año siguiente es asesinado en un operativo de la CIA norteamericana, planificado para eliminar a dirigentes obreros en el país. El crimen se consuma mientras Escobar se encontraba internado en un hospital de La Paz a causa de una fractura menor.
A la muerte del primer Secretario General la dirección del PCml es usurpada por el oportunista Oscar Zamora Medinacelli, el mayor traidor a la clase obrera del país, quien se da a la tarea de destruir el Partido fundado por Escobar.
Federico Escobar Zapata
Nací en Oruro, el 26 de noviembre de 1924. Mi padre fue obrero del
ferrocarril Machacamarca-Uncía: se llamaba Francisco Eleuterio Escobar, mi
madre Nieves Zapata Vda. de Escobar. Mi padre nació en Tiwanacu y llegué a
conocer a mis abuelos que desde aquella región se trasladaban a La Paz con sus
burros llevando mercancías. Mi abuelita, madre de mi madre, era muy viejecita,
que me exigía no dar tregua al estudio y me llevaba a la misa con frecuencia,
decía ella, que era para no aumentar las penurias de nuestro hogar. Mi padre
murió trágicamente en un accidente ferroviario: chocó la manilla, en la que
iba, con el tren. Yo y mis hermanos menores; Primitiva, Martha, Emilia,
Demetrio y Elena quedamos huérfanos, bajo el cuidado de mi madre. Este hecho
pasó en el año 1937 cuando estudiaba en Oruro.
En Machacamarca ─donde pasé toda mi niñez─, estudié en la escuela primaria, mi profesor fue don Leónidas Lazarte. Secundaria estudié en el Colegio Nacional Bolívar de Oruro y mis maestros fueron los señores: José Encinas Nieto, Daniel Jiménez, Humberto Cartagena, Manuel Sanzetenea, José Rodríguez Narváez, la señorita Marina Zuleta y como Director el señor Bullain, a los que siempre los recuerdo en cada instante de mi vida por su responsabilidad y alto sentido en la conducción de la juventud.
Minero desde los 17 años
Comencé a trabajar desde el año 1941 en el interior de la mina Siglo XX. Fui timbrero, carrero, chasquiri, perforista, enmaderador, almacenero, ayudante secretario y por último, secretario. Me despidieron de Catavi en el año 1947 con una indemnización de $b 14, con el título de agitador, juntamente con el compañero Irineo Pimentel, que ya en ese entonces tenía su esposa. Trabajé en el ingenio de Machacamarca, de donde me retiraron el año 1948, a los pocos días de haber contraído matrimonio. Luego en Colquiri, de donde nuevamente me retiraron en 1950, después de la guerra civil, por haber participado en la huelga del año 1949. En Oruro conseguí trabajo en la fábrica de fideos “Ferrari Ghezzi”, como barquillero y laboraba 12 horas diarias. Me retiré para trabajar en Huanuni donde fui admitido por ser deportista. Regresé a Siglo XX-Llallagua el año 1952, acogiéndome al Decreto de Reocupación que establecía que todos los retirados por asuntos sociales y políticos podían retornar a las empresas de donde fueron despedidos.
La influencia de la madre
Mi madre tuvo una gran influencia en mi vida. Comprendía y enfrentaba todos los problemas del hogar, las penurias de mis 5 hermanos, la mayoría de ellos de corta edad, puesto que al habernos dejado nuestro padre, pasábamos momentos muy difíciles. Yo tuve que dejar los estudios para acompañar a mi madre en los negocios de queso, patos y carne de cordero, que los obteníamos a tres leguas de Machacamarca, del lago Poopó. Nos trasladábamos a pie con un burrito por delante. Antes de la muerte de mi padre me gustaba realizar estos quehaceres en épocas de vacaciones.
Y fue en una de esas oportunidades, cuando retornaba con mi madre, con los burros cargados de queso y otras mercancías, que recibimos la trágica noticia de la muerte de mi padre. Yo debía viajar entonces de inmediato a Oruro, para participar la infausta noticia a mis familiares, pero no tenía ropa negra para llevar el luto. Aparecieron manos amigas y me prestaron un ternito negro usado. Pasado el entierro, mi madre recibió la indemnización y yo, sin darme cuenta de lo que acontecería en el futuro, exigía que me comprara calzados de fútbol y una pelota.
La injusticia social
Las desgracias no vienen solas, el negocio del queso ya no era importante, mi madre tuvo que emplearse en la casa del señor Roberto Arce, subgerente de Catavi, con un sueldo muy bajo, $b 1.50, y trabajaba dieciocho horas diarias. Mientras tanto, yo y mis hermanos, vivíamos en Machacamarca, bajo el cuidado de mi abuelita. Preparábamos patos para venderlos en la estación del ferrocarril y ése era nuestro único medio de vida. Mi madre hacía todo lo posible para hacernos llegar alimentos valiéndose de sus amistades y recibimos la cooperación de la familia Rojas, especialmente de la señora Maura Bermúdez, también viuda. La pobreza y el sufrimiento de mi familia hizo que adoptara una resolución, ir a trabajar a Catavi. Cuando ingresé a la mina, mi madre lloró mucho y hablaba de las desgracias que les sucedía a los mineros, los accidentes, las enfermedades y ponía mucho acento en las injusticias que cometían con los pobres. En ese entonces, yo no sabía ni me daba cuenta de lo que era la injusticia social, para mí era la felicidad total haber conseguido trabajo y recibir pulpería para poder satisfacer el hambre de mis hermanitos.
La organización del sindicato
Como decía, cuando ingresé a trabajar en la mina, y siendo muy joven, no me pude orientar sobre los problemas políticos. Todo mi tiempo me absorbía el deporte, el cine y mi preparación personal para el futuro obteniendo ascenso en los empleos de la empresa. De ahí que veía con cierto escepticismo los esfuerzos de los mineros tratando de organizarse en un sindicato. Y es así como escuché nuevamente hablar de la injusticia social, al igual que mi madre. Entonces me di tiempo, más por curiosidad que por otra cosa para asistir a algunas reuniones. Los obreros se reunían en un local de Llallagua y todos los compañeros deseosos de defender sus intereses sociales ponían cuotas. Escuchaba a unos y otros expresarse censurando la explotación capitalista a los obreros, los bajos jornales y los abusos de los jefes de sección, principalmente, del Huatapaco Nogales. Ese día descubrí un nuevo mundo. Todo me llamaba la atención. Los obreros mineros hablaban la verdad desnuda sobre la vida, exponían sus puntos de vista francamente, sin temor. Yo estaba mudo y pasmado de estas cosas que no se conocen en la escuela o en el colegio.
Y un buen día no tardé en verlos rebelarse como tigres recién despertados. Yo me encontraba trabajando de timbrero en el Cuadro Beza y los obreros me dijeron que les acompañara en su lucha, que la unidad hacía la fuerza. ¡Adelante!, respondí yo. Entonces me vi mezclado entre mis compañeros de trabajo rebelándome también contra las injusticias. Me trasladé junto a ellos hasta la bocamina de Siglo XX. En la muchedumbre airada, nos mirábamos los unos a los otros y nadie retrocedía: ¡Adelante! ¡Adelante! Todos nos habíamos insubordinado contra los abusos de Huatapaco Nogales, que ahora ocupa el cargo de Gerente en Colquiri. Al Huatapaco Nogales lo buscábamos por todas partes, desesperados, y lo encontramos en la Superintendencia de la Mina. Uno de mis compañeros lo golpeó con un barreno en la cabeza y el cuerpo del Huatapaco de desplomó al suelo sin conocimiento. El señor Roberto Arce consiguió salvarle la vida pidiendo clemencia a los trabajadores enfurecidos. Fueron desmanteladas las oficinas de ingenieros y geología Como recuerdo de estos hechos, el Huatapaco Nogales tiene una cicatriz en la frente.
La Masacre de Catavi de 1942
Yo pensé que todo había finalizado, que los ánimos se habían serenado, pero los trabajadores meses después plantearon aumento de sueldos y jornales mediante el sindicato de Llallagua, en el mes de noviembre de 1942. Yo seguía sin comprender muchas cosas. Por ejemplo, la labor clandestina de los dirigentes y delegados sindicales y la movilización masiva de los obreros que se reunían detrás del estadio de Llallagua, secretamente según ellos. Se hablaba que la Policía y la sección “Bienestar” seguía los pasos de los comunistas. El comunismo fue otra palabra misteriosa que se me presentó para desentrañar su significado en el futuro.
Los obreros anhelaban que se les aumentara sus jornales manifestando que no les guiaba ningún trajín político, es decir, negaban la participación de los partidos políticos. Los trabajadores mineros siempre dicen la verdad, por más que tengan que perder la cabeza. Y yo, como parte de la masa minera di la razón a mis compañeros y resolvimos días antes del 21 de diciembre del 1942, trasladarnos a la Gerencia de Catavi para exigir justicia destrozando una vez por todas las calumnias que se decían contra nosotros. Previniendo mi madre lo que iba a ocurrir porque había visto desplazarse a las fuerzas del ejército, me llevó al kilómetro 93, cerca de Uncía. Escuchamos el estampido de los tiros, pero yo no me daba cuenta de lo que estaba aconteciendo. Cuando regresé al campamento con mi madre conocí la nueva palabra “masacre”. Al pasar por la Policía vi un tendal de muertos. Los trabajadores enfurecidos de la violencia utilizada por el ejército y el señor Patiño, incendiaron una ambulancia. Esta masacre no ha sido relegada al olvido, está descrita en las páginas de la novela “El precio del estaño” del escritor Néstor Taboada Terán. Pasaron los días y nadie ingresaba al trabajo y proseguíamos en “huelga”, otra nueva palabra que había ingresado a mi vocabulario. Los regimientos “Ingavi” de caballería y “Sucre” de infantería controlaban y cuidaban las propiedades del magnate Patiño. Tratando de que regresáramos a labores, la Gerencia expuso una tabla de bonificaciones para todos aquellos obreros que reingresaran al trabajo. Pero, pese a la matanza de nuestros hermanos, en el km 4, hoy campo “María Barzola”, nosotros exigíamos que se nos aumentara los jornales. Mis compañeros tenían miedo más que a la metralla del ejército, a los “amarillos” rompehuelgas. Denunciaban con firmeza proletaria a los “amarillos” y para la masa su significado resultaba tan claro, como el agua. Conseguimos del señor Patiño un aumento míserrimo del 10 %, que era como quitar un pelo al perro.
El nivel cultural y político de los obreros
Vivía una época especial y llegué a comprender poco a poco muchas cosas; escuchamos hablar en voz baja del P.I.R. (Partido de la Izquierda Revolucionaria). Como ya era joven me presenté a un cuartel para cumplir con el Servicio Militar Obligatorio y me destinaron al regimiento “Ingavi” de Challapata. Después de cumplir el servicio militar retorné a Catavi e ingresé nuevamente a la mina. El nivel político y cultural de los trabajadores había ido aumentando y muchos problemas se estaban clarificando. En ese entonces no se había fundado aún todavía el Partido Comunista de Bolivia; sin embargo, los agentes de Patiño ya hablaban de “extremismo comunista”, de “agitadores profesionales” y de “aumento de la producción”. No existía Partido Comunista, pero sí existían bajos jornales, persecuciones y una juventud sin perspectiva para el futuro. En representación del Sindicato de Empleados de Siglo XX asistí al Congreso Minero de Colquiri en el año 1946 donde los conocí a los señores Felipe Iñiguez y Hernán Quiroga, luchadores y patriotas. En el año 1944 conocí en Huanuni a Juan Lechín Oquendo, quien había viajado a esa localidad componiendo el equipo de fútbol de “Llallagua” y advertí que ya se hablaba de la organización de Federación Nacional de Mineros.
Su esposa Alicia y sus siete hijos
En 1947 cuando me echaron de la Empresa Catavi tuve que regresar a Machacamarca y es ahí donde la conocí a la señora Alicia Chavarría, fue en un baile propiciado por el Club Atlético Ferroviario. Y llegamos hasta el altar, nos casamos en 1948 por civil e Iglesia. Hoy, como ayer, continuamos unidos por el camino de la vida. Alicia fue avisada de mis ideales antes de que contrajera matrimonio. Fuimos y somos muy leales, encontrándonos ahora como en los primeros días de enamorados, con un profundo y entrañable amor pese al tremendo vía crucis que estamos pasando. No hay mayor satisfacción para mí que cuando estoy con Alicia rodeado de mis siete hijos: Emilse, Rosario, Magali, Fernando, Krupskaya, Hernán y Fidel. El octavo nacerá el próximo mes de julio. Como verán, la cama de los pobres es muy fértil.
Alicia es la penúltima hija de don Santos Chavarría y doña Benigna Vega. Alicia no ignora los problemas y los anhelos de los sufridos trabajadores de las minas de nuestra patria, es componente del “Comité de Amas de Casa” de Sigo XX y maneja con destreza las herramientas de la crítica y autocrítica. La parte mayor y efectiva de mi labor sindical se lo debo a Alicia.
Cuando hablan los dólares americanos, la Leyes bolivianas se callan
Yo soy miembro del Partido Comunista de Bolivia y dentro de la labor sindical trabajo por mis hermanos de clase con un alto sentido democrático. En las elecciones sindicales siempre formamos listas unitarias con participación de todos aquellos que se distinguen en la defensa de la clase obrera. En el sindicato las elecciones unas veces se efectúan por aclamación y otras veces voto secreto. Bajo los dos sistemas siempre se ha impuesto el criterio de los compañeros mineros. Yo, por más de ocho años ocupé el cargo de Control Obrero de Siglo XX de la Empresa Catavi. Ahora soy Secretario de organización de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia y mi compañero de trabajo y prisión, Irineo Pimentel, es Secretario de Conflictos. Cuando desempeñaba el cargo de Control Obrero, elegido democráticamente por las bases, el Presidente Paz Estenssoro anuló el Decreto Ley que establecía el cargo de Control Obrero en las minas nacionalizadas y me retiró del trabajo en octubre del año pasado con una indemnización de $b 9.500. Los reclamos de mis compañeros fueron vanos y una vez más estoy convencido que cuando los dólares del imperialismo norteamericano hablan, las leyes y los tratados de nuestro sometido pueblo boliviano se callan.
Terrorismo y apresamiento
Irineo Pimentel y yo fuimos apresados por la Policía y representantes del Departamento del Control Político, dependientes del Gobierno, después de realizado el Congreso Minero de Colquiri, en el camino a Caracollo-Colquiri, más de 25 esbirros armados de carabinas y pistolas ametralladoras, dispararon contra el jeep en el que viajábamos, habiendo sido herido el hijo del dirigente Lucio Arenas que, como consecuencia de la herida producida, perdió un ojo. También cayó herido el obrero Nicolás López, gran amigo y luchador que no ha escatimado esfuerzo alguno en defender en ningún momento al Sindicato de Siglo XX. Algunos disparos del fuerte tiroteo hicieron impacto en las llantas del jeep que ocasionó que fuera a dar a la cuneta.
La clase obrera encarcelada en San Pedro
En la penitenciaria de San Pedro de La Paz me encuentro injustamente encarcelado junto a Irineo Pimentel y Jorge Zaral, dirigentes mineros de Siglo XX y Huanuni. Hay otros dirigentes sindicales que también están encarcelados cuya nómina es la siguiente:
Uyuni: Teodoro Cáceres, Severino Cáceres, Eloy Mamani, José Escalante, Armando Caballero, Luis Tellería, Juan Valda, Hugo Salazar, Rigoberto Arnez.
Campesinos de Reyes: Ricardo y Felipe Humaday y Pedro Aramayo Tuno.
Fabril: Orlando Figueroa, Secretario Permanente de la Federación Departamental de Trabajadores Fabriles de La Paz.
Caracoles: Eufronio Claure Moya.
Dirigentes campesinos: Eugenio Mamani, Mariano Quijano, Pacífico Quispe. Luciano Guambo, Pablo Segundo Quijano, Rufino Pacheco, Pablo Pacheco, Marcelino Limache, Celestino Guambo y Felipe Mamani Apaza.
Yo, ahora, en la cárcel me dedico a estudiar y escribir, pero me es muy difícil por las muchas preocupaciones que tengo, por la suerte de mi madre, esposa e hijos desamparados y mi familia sigue viviendo en Siglo XX ya que no dispongo de casa en ninguna parte. Reciben la cooperación y ayuda de mis compañeros mineros que son muy solidarios y están firmes en la lucha.
Habrá un porvenir mejor para los obreros bolivianos
Para finalizar este ligero esbozo biográfico debo decir que mi dolor y mi tragedia son más que el dolor y la tragedia del pueblo y la clase obrera boliviana. La injusticia social del que me hablara mi madre, hace mucho tiempo, sigue vigente. Los campamentos mineros son campos de concentración en los que se amasan fortunas para engrosar más el capital del imperialismo norteamericano y la burguesía nacional financiera. En las familias de clase obrera sigue reinando el hambre, la miseria y las enfermedades. “LOS NIÑOS HUÉRFANOS Y LAS MADRES ANGUSTIADAS Y LOS JÓVENES QUE NO ENCUENTRAN TRABAJO, DEBEN CONVENCERSE DE UNA VEZ POR TODAS QUE DE ESTE ESTADO DE CATÁSTROFE SÓLO LES LIBERARÁ SU LUCHA DECIDIDA Y ORGANIZADA”. Deben comprender que después de esta noche de tinieblas en las que vivimos habrá un porvenir mejor.
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