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En la
historia de las luchas del pueblo hay hitos que merecen siempre ser recordados y
enaltecidos pues marcan un punto de viraje en la evolución de su conciencia
política, del paso de la resistencia por las vías legales hacia las acciones de
hecho, del transitar de los reclamos por los causes jurídicos e institucionales
hacia el desborde legítimo de la violencia y el ejercicio de la justicia por mano
propia, así ésta provoque la reacción sangrienta de los opresores.
Era
el año de 1921, el sistema latifundista había apuntalado su presencia por todo
el país, principalmente en el altiplano y los valles consolidándose mediante el
robo y la violencia. Esto significaba un ataque abierto contra los pueblos
indígena-campesinos y la destrucción de su organización comunitaria, agresión
promovida por el Estado boliviano en favor de los intereses económicos de las
clases dominantes y del capital extranjero [1].
La
región de Jesús de Machaca era entonces una marka en el altiplano que recién en
la época republicana conoció la penetración de la hacienda feudal. Estaba compuesta
por los ayllus de Jilatiti, Ch’ama, Kuypa, Sullkatiti Arriba, Sullkatiti Abajo,
Achuma, Parina, Yarwiri, Titik’ana, Q”unq”u, Qalla y Janq’ujaqi [2]. En su seno se había fundado un
pueblo mestizo del mismo nombre habitado por los representantes de los poderes
del Estado: corregidores, curas, burócratas, tinterillos, comerciantes, usureros,
politiqueros, etc., a quienes el campesino comunario debía saludar postrado de hinojos.
El “indio”,
convertido en pongo o siervo de la gleba, era considerado un paria, una bestia
de carga enajenada de toda condición humana sin ningún derecho social ni
político más que la obligación de agachar la cabeza ante el amo. El látigo y la
escopeta gamonales eran la ley con la que se lo sometía, la iglesia y el
ejército hacían cumplir esta condena [3].
Era natural y legítimo que acumulase odio, un profundo odio hacia los
opresores. Cuantas veces callaron viendo como les eran despojadas sus tierras,
destruidas sus cosechas y robado su ganado; cuantas veces aguantaron los incontables
abusos en las haciendas en las que debían entregar servicios personales gratuitos
o en las lejanas residencias de los patrones a donde eran obligados a
transportar mercaderías y comerciar en favor del hacendado; cuantas veces
callaron las mujeres ante los abusos del terrateniente y el cura quien ejercía impunemente
el derecho de pernada para con las muchachas que solicitaban la unión
matrimonial. Cuanto abuso, cuanto despojo, cuantas injusticias, desprecio y
trato inhumano tuvieron que soportar de parte de los explotadores.
Ese era el
pesado látigo que recaía sobre sus espaldas. Pero es ley histórica, inevitable
e independiente de la voluntad de los hombres el que dondequiera que haya
opresión habrá resistencia, y que, tarde o temprano, estallará la rebelión.
El
corregidor designado por el Estado para la región era el gamonal Lucio Estrada,
famoso por los constantes atropellos que cometía contra los campesinos de otras
zonas en donde había realizado cobros arbitrarios, impuesto multas a su antojo
e impulsado incursiones de saqueo con soldados quienes robaban las escasas
posesiones de los campesinos. Sus mismos rivales políticos lo denunciaron de poseer
bajo su poder a 34 comunarios cautivos, en calidad de sirvientes.
Por estas
razones los ayllus de Jesús de Machaca habían resistido su designación, enviando
diferentes solicitudes al prefecto en rechazo a este personaje. Sin embargo,
fueron ignorados.
Una vez en
el cargo de corregidor, Estrada se entregó a los ya acostumbrados actos de
despotismo. Y fue un caso más de abuso, como cualquiera de otros tantos, la
gota que rebalsaría el vaso.
Amparado en
los poderes que el cargo le confería encarceló a unos campesinos por motivos de
deuda, encerrándolos mientras sus allegados conseguían el dinero para saldarla
y liberarlos.
A los
presos les fue negada la alimentación y las visitas y así pasaron varios días,
mientras los opresores se daban a las borracheras y festejos sinfín con motivo
de algún acontecimiento familiar, entregándose a las libaciones y excesos de
toda índole. Pasados la fiesta y pasado el ch’aki las autoridades recién se
acordaron de los encerrados, encontrando el macabro escenario de los cuerpos
sin vida, muertos por inanición.
La noticia
corrió rápidamente por la pampa, la indignación era absoluta. Se necesitaba una
chispa, tan solo una, para desatar un terrible incendio.
Se reunieron
las ulakas y asambleas comunales para deliberar según la milenaria costumbre,
la decisión fue unánime, ya era tiempo de tomar venganza y hacer justicia por
mano propia.
El
corregidor intuyendo su fatal destino decidió escapar a la ciudad de La Paz,
refugiándose junto a su familia en una de sus varias residencias.
Pronto los
campesinos idearon una treta para lograr el retorno de la autoridad y fingiendo
sumisión, solicitaron su regreso. Enviaron comisiones y regalos hasta que
después de varias gestiones convencieron finalmente a quien cegado en su estupidez
y vanidad cayó en la trampa.
La
madrugada del 12 de marzo de 1921 sonaron los pututus a cuyo llamado nueve de
los doce ayllus de la región circundante marcharon hacia el pueblo de Jesús de
Machaca atacándolo con la potencia de un gran río desbordado. Los vecinos no
pudieron oponer resistencia, la sublevación, tan temida hasta entonces, ahora era
un hecho. Los rebeldes incendiaron y saquearon las casas de notorios gamonales ajusticiando
a varios de ellos. El blanco principal de la ira fueron el corregidor y su
familia quienes también fueron eliminados. Lucio Estrada murió miserablemente,
había logrado esconderse en el hueco preparado para los chanchos desde donde
disparaba a los sublevados, fue sacado a empellones y ultimado a pedradas y palos,
su cadáver fue arrojado al mismo fuego que devoraba su casa. El cura escapó
escondido entre los pajonales mientras el gamonal Modesto Peláez también huía, disfrazado
de mujer.
El clima de
rebelión en la región era generalizado. Hace tiempo ya venían preparándose para
un gran levantamiento de ayllus, los acontecimientos de Jesús de Machaca eran
apenas el inicio precipitado de un movimiento que amenazaba con extenderse por
todo el altiplano y los valles. Semanas antes de los sucesos, los vecinos
exigieron a las autoridades la detención de varios caciques y la incautación de
armas en poder de los comunarios, armas que habían quedado de la época de la
guerra federal y que fueron reunidas pacientemente por los comunarios en
previsión de los futuros acontecimientos.
Faustino y
Marcelino Llanqui, padre e hijo respectivamente, junto a otros dirigentes comunales
agotaron todas las instancias legales reclamando ante el Estado por la
devolución de las tierras usurpadas por los terratenientes. Faustino, cacique
apoderado de los ayllus de la región sufrió atentados, persecución y cárcel al
igual que su hijo, Marcelino, quien fue un destacado creador de escuelas ambulantes
desde donde no solo enseñaba a leer el alfabeto de los explotadores, sino también
a luchar contra la injusticia, organizando pacientemente junto a su padre la
insurrección [4].
Fue así como
los explotados ejercieron su propia justicia, tomando las armas de los
explotadores y usándolas en su contra, identificando a las autoridades
estatales y religiosas como los representantes de la opresión.
Pero pronto
la noticia del levantamiento llegó a la ciudad de La Paz desatando un terrible
miedo entre las clases dominantes quienes entre la rabia y el pánico, clamaron a
los gobernantes por dar el inmediato y ejemplar castigo a los insurrectos.
El
presidente de entonces era el Dr. Bautista Saavedra, demagogo, tinterillo y político
populista que asumió la presidencia de la mano del Partido Republicano por la
vía del golpe de Estado contra el Partido Liberal. En su juventud había hecho
carrera y saltado a la fama durante los procesos de Mohosa, ejerciendo la
defensa jurídica de varios comunarios acusados de masacre durante la guerra
federal y la rebelión campesina de 1899 [5].
Ahora no vaciló en salir en defensa de su clase y casta, mostrando su verdadero
rostro y tirando al piso la careta de sociólogo indigenista con la cual había
escalado posiciones en la politiquería criolla.
Inmediatamente
dispuso la movilización del Regimiento Avaroa 1ro de Caballería acantonado en Guaqui
a pocos kilómetros del escenario de la insurrección. Movilizó a 1200 militares
fuertemente armados quienes acudieron inmediatamente, lanzándose con atroz
furia contra la resistencia de los campesinos; asesinando y quemando todo lo
que encontraban a su paso.
La orgia
sanguinaria ofrecía un cuadro espantoso, cadáveres regados por la pampa,
mutilados, decapitados y heridos clamando auxilio siendo pasados al sable. Comunidades
completas destruidas.
Los que
huían por los cerros o se escondían en las cuevas eran cazados como animales
silvestres. Muchos tuvieron que escapar y asentarse en otros lugares, cargando por
largo tiempo con el estigma de “comecuras” insurrectos (a pesar de que el cura
“se salvó de milagro”). Los militares y gamonales en su revancha no
distinguieron a quienes participaron de la insurrección de los que no. A todos
los que agarraban los acusaban de ser parte de la rebelión y, sino los
fusilaban, los obligaban a servirles y alimentarles bajo el pretexto de
resarcimientos.
Recientes
investigaciones afirman que aproximadamente 120 comunarios fueron asesinados
por las fuerzas represivas del Estado, sin contar los heridos [6].
Así fue
como el “glorioso” ejército boliviano, convertido para la ocasión en verdadera
fuerza de ocupación, tomó posesión del territorio de los ayllus de Jesús de
Machaca; acampando por más de un mes en la comunidad Q”unq”u, hincando sus hediondas
botas en el mismo suelo donde un día el maestro Marcelino Llanqui había
levantado la escuela clandestina para los niños del lugar.
La matanza fue
el costo de la rebelión, el precio de la dignidad que los luchadores de
entonces supieron pagar generosamente, ofrendando su sangre a la madre tierra
como precioso legado y ejemplo para las generaciones y luchas del porvenir.
El presente
2021 conmemoramos 100 años de aquellos sucesos que ejemplifican en su forma más
descarnada y cruenta la política recurrente del viejo Estado y las clases
dominantes respecto al campesinado.
Es así como se va afincando el capitalismo burocrático en Bolivia [7] y como no podía ser de otra manera, lo hace chorreando sangre y lodo por todos sus poros, sangre obrera, campesina e indígena. La década de 1920 significó el definitivo desplazamiento del dominio del capital británico por el del imperialismo norteamericano, ahondando nuestra condición de país semicolonial y semifeudal.
La gran
sublevación de Jesús de Machaca ha dejado una huella imborrable en la memoria
popular, hoy los habitantes del lugar, descendientes directos de los
protagonistas de la insurrección, han transformado el estigma despectivo de “comecuras” en
orgullo, rebautizando la región de Jesús de Machaca como La Marka Rebelde.
Notas.-
[1] Cuando se funda la República, Bolívar, inspirado en el
ideario liberal-burgués decreta la abolición de la servidumbre indígena,
disposición que chocaba con los intereses de la casta feudal criolla quienes
meses después obligaron a Sucre a retroceder y mantener la misma. Desde
entonces el Estado boliviano se constituye en el mayor beneficiario de la
explotación de las masas campesinas, exprimiéndolas bajo la figura de la “Contribución
Indigenal”. Este tributo fue la gran fuente de ingresos económicos en la que se
sustentó el aparato estatal hasta fines de la década de los 50`s del siglo XIX.
A partir de esa década es cuando pierde preponderancia pues comienza a
reactivarse la minería de la plata en el sur del país y el consiguiente y lento
desarrollo de una burguesía compradora que, sin perder su condición
terrateniente, comienza a desenvolverse enfeudada a los capitales ingleses y
chilenos. Entonces vinieron los ataques hacia el régimen de propiedad
comunitaria, cabe resaltar dos momentos importantes que significan el transito
evolutivo del pesado lastre feudal republicano heredado de la colonia hacia la
condición de sociedad semifeudal: 1) las leyes de Mariano Melgarejo dictadas en
1866 mediante las cuales se ponía en subasta pública las tierras de ayllus y 2) la Ley de Exvinculación de Tierras de 1874
dictada durante el gobierno de Tomas Frías que declaró jurídicamente extinguida
la comunidad, estableciendo la parcelación y tributación individuales; ambas
medidas fuertemente resistidas por las masas campesinas. Contrariamente a lo
que declaraban sus impulsores, estas leyes produjeron el efecto opuesto, consolidar
la expansión del latifundio.
[2] Marka y ayllu son organizaciones político-territoriales
precolombinas aún vigentes en muchas regiones andinas. Un ayllu es una
comunidad campesina originalmente conformada por familias del mismo vínculo
consanguíneo. Una marka está compuesta por varios ayllus.
[3] Gamonalismo, servidumbre y
latifundio son las
tres características básicas de la semifeudalidad. José Carlos Mariátegui dice
al respecto: “El término
“gamonalismo” no designa sólo una
categoría social y económica: la de los latifundistas o grandes propietarios
agrarios. Designa todo un fenómeno. El gamonalismo no está representado sólo
por los gamonales propiamente dichos. Comprende una larga jerarquía de
funcionarios, intermediarios, agentes, parásitos, etc. El indio alfabeto se
transforma en un explotador de su propia raza porque se pone al servicio del
gamonalismo. El factor central del
fenómeno es la hegemonía de la gran propiedad semifeudal en la política y el
mecanismo del Estado.” (Siete
Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana). (El resaltado es nuestro).
[4] Faustino y Marcelino Llanqui fueron sentenciados a la pena de
muerte después de los sucesos de Jesús de Machaca. Pena conmutada por la de diez
años de confinamiento en Charagüa - Parapetí.
Entonces Faustino tenía 90 años y Marcelino 40, el primero falleció en la
cárcel y el segundo salió con la salud muy deteriorada.
[5] Guerra Federal, fue el conflicto bélico impulsado por
intereses confrontados de sectores de la burguesía compradora vinculados a la
explotación minera de la plata y el estaño, el bando conservador o
constitucionalista y el bando liberal, respectivamente. Cuando los liberales deciden
entrar en alianzas con las masas indígenas para frenar el avance conservador, sin
proponérselo, desatan la guerra campesina liderada por Zárate Willka que fue ahogada
en sangre por la unión de ambos sectores contendientes ante la amenaza del crecimiento
y autonomía del ejército indígena.
[6] Choque Canqui, Roberto. La masacre de Jesús de Machaca. La
Paz, Chitakolla, 1986.
[7] Capitalismo Burocrático, es el tipo de capitalismo imperante en
países del tercer mundo: Latinoamérica, África y la mayoría de Asia. Es un
capitalismo tardío, deforme y sometido, impuesto sobre bases feudales,
semifeudales o incluso anteriores y sometido al dominio del imperialismo. Nace
atado a la feudalidad y se desenvuelve ligado a los grandes capitales
monopolistas que controlan la economía del país, conformados por los capitales
de terratenientes, burguesía comercial intermediaria (burguesía compradora) y
banqueros. En su desarrollo logra fusionarse con el poder del Estado deviniendo
a su vez en capitalismo de carácter monopolista estatal (y no estatal), feudal
y comprador, generando en consecuencia la facción burocrática de la gran
burguesía.
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