En la historia de crímenes cometidos por el viejo Estado contra el pueblo y particularmente contra el campesinado en Bolivia, una de las más cruentas fue la ocurrida en 1974 durante la dictadura del coronel Hugo Banzer Suarez. La llamada Masacre del Valle o Masacre de Tolata y Epizana, como la denominaron posteriores historiadores y la memoria popular, ocurrida entre los días 22 y 31 de enero.
Aquel entonces la dictadura, acatando las imposiciones del imperialismo norteamericano, había emitido varios decretos que afectaban drásticamente la economía popular, ocasionando la elevación de los precios de los alimentos y la devaluación de la moneda boliviana. Medidas que afectaban particularmente al sector campesino. El pueblo respondió a la agresión con masivas movilizaciones, bloqueo de carreteras y huelgas en las ciudades y campamentos mineros.El 22 de enero los obreros de la fábrica Manaco en Quillacollo bloquearon las vías de acceso a esa localidad como medida de protesta siendo reprimidos violentamente por el ejército, ahí se registra la primera baja. El día 24 los campesinos del Valle Alto bloquean la carretera a Santa Cruz y el 26 los campesinos de Sacaba se suman a la movilización intensificándose los bloqueos de caminos. La dictadura declaró el estado de sitio.
El martes 29 los militares incursionan en Tolata disparando ráfagas de metralleta contra los campesinos desarmados quienes respondieron con piedras, mientras tanquetas y aviones apoyaron la masacre. El mismo día los militares avanzaron hacia Epizana, en donde los campesinos, que desconocían lo ocurrido en Tolata, bloqueaban la carretera. Fueron atacados sorpresivamente por las ametralladoras del ejército. Al día siguiente continuó la represión en las localidades de Sacaba, Melga y Aguirre, dejando un número aún indeterminado de víctimas entre muertos, desaparecidos y heridos.
Un testimonio de un soldado durante los días de la matanza afirma a ver visto cadáveres “amontonados como leña”. Otros testimonios señalan que los cadáveres fueron arrojados al barranco y al rio por los militares.
La dictadura justificó la matanza con el desgastado discurso de lucha contra el “terrorismo” y el “extremismo de izquierda” actuando desde las sombras, narrativa ya clásica en el repertorio de las clases dominantes para justificar sus crímenes.
El dictador Banzer declararía días después ante la dirigencia campesina cooptada del Pacto militar-campesino: “… a ustedes hermanos campesinos voy a darles una consigna como líder... El primer agitador comunista que vaya al campo, yo les autorizo, me responsabilizo, PUEDEN MATARLO, sino me lo traen aquí para que se entienda conmigo personalmente, yo les daré una recompensa…”.
No obstante los intentos de la dirigencia prebendalizada por conciliar al movimiento campesino con los asesinos, el pacto militar-campesino sufriría un severo quiebre después de la masacre. La ruptura permitió al campesinado avanzar hacia la conformación de su organización sindical independiente: la Confederación Sindical de Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSTUCB) creada en 1979.
La masacre radicalizó aún más la lucha contra la dictadura. El dictador Banzer cayó a mediados en 1978 derrotado por la resistencia del pueblo.
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